Un cachete, una bofetada, un azote, una colleja, un capón, un zapatillazo... Son términos clásicos, con connotaciones no demasiado negativas y que muchos españoles tienen asociados a la educación de sus hijos. Utilizados de forma muy puntual, como último recurso, para marcar claramente un límite a un niño o a un preadolescente, un buen número de personas lo ven como algo eficaz.
Los padres aún recurren al castigo físico leve para desahogar su impotencia pese a su nula eficacia. Pero ¿vale como último recurso?
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